viernes, 22 de marzo de 2013

EL HOMBRE DE LA LUNA Y LA CARA DE MARTE


EL HOMBRE DE LA LUNA Y LA CARA DE MARTE


Cada campo de la ciencia tiene su propio complemento de
pseudociencia. Los geofísicos tienen que enfrentarse a Tierras planas, Tierras
huecas. Tierras con ejes que se balancean desordenadamente, continentes de
rápido ascenso y hundimiento y profetas del terremoto. Los botánicos tienen
plantas cuyas apasionantes vidas emocionales se pueden seguir con
detectores de mentiras, los antropólogos tienen hombres-mono
supervivientes, los zoólogos dinosaurios vivos y los biólogos evolutivos
tienen a los literalistas bíblicos pisándoles los talones. Los arqueólogos tienen
antiguos astronautas, runas falsificadas y estatuas espurias. Los físicos tienen
máquinas de movimiento perpetuo, un ejército de aficionados a refutar la
relatividad y quizá la fusión fría. Los químicos todavía tienen la alquimia.
Los psicólogos tienen mucho de psicoanálisis y casi toda la parapsicología.
Los economistas tienen las previsiones económicas a largo plazo. Los
meteorólogos, hasta ahora, tienen previsiones del tiempo de largo alcance,
como en el Almanaque del campesino que se guía por las manchas solares
(aunque la previsión del clima a largo plazo es otro asunto). La astronomía
tiene como pseudociencia equivalente principal la astrología, disciplina de la
que surgió. A veces las pseudociencias se entrecruzan y aumenta la
confusión, como en las búsquedas telepáticas de tesoros enterrados de la
Atlántida o en las previsiones económicas astrológicas.
Pero, como yo trabajo con planetas, y como me he interesado en la
posibilidad de vida extraterrestre, las pseudociencias que más a menudo
aparecen en mi camino implican otros mundos y lo que con tanta facilidad en
nuestra época se ha dado en llamar «extraterrestres». En los capítulos que
siguen quiero presentar dos doctrinas pseudocientíficas recientes y en cierto
modo relacionadas. Comparten la posibilidad de que las imperfecciones
perceptuales y cognitivas humanas representen un papel en nuestra confusión
sobre temas de gran importancia. La primera sostiene que una cara de piedra
gigante de eras antiguas mira inexpresivamente hacia el cielo desde la arena
de Marte. La segunda mantiene que seres ajenos de mundos distantes visitan
la Tierra con despreocupada impunidad.
Aunque el resumen sea escueto, ¿no provoca cierta emoción la
contemplación de esas afirmaciones? ¿Y si esas viejas ideas de ciencia
ficción —en las que sin duda resuenan profundos temores y anhelos
humanos— llegaran a ocurrir realmente? ¿Cómo pueden no producir interés?
Ante un material así, hasta el cínico más obtuso se conmueve. ¿Estamos
totalmente seguros de poder descartar esas afirmaciones sin ninguna sombra
de duda? Y si unos desenmascaradores empedernidos son capaces de notar su
atractivo, ¿qué deben sentir aquellos que, como el señor «Buckiey», ignoran
el escepticismo científico?
Carl Sagan -   El mundo y sus demonios
1995.

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